domingo, 19 de febrero de 2012

Una ráfaga de viento meneó las flores y el aire, adquirió un olor embriagador. Cerré los ojos y respiré hondo. Me dejé caer, despacito, al suelo. La hierba me hizo cosquillas en el cuello. Sonreí. La acaricié con mis manos y me quedé tumbada ahí un rato. 
Abrí los ojos cuando noté que algo trepaba por mi mano. Un par de hormiguitas, correteaban sobre mi mano. Parecía como si  estuvieran jugando al pilla-pilla. Con cuidado para no hacerlas daño, las aparté. Me senté en la hierba y miré a mi alrededor. A mi lado, había una flor preciosa y, una abeja la sobrevoló hasta que se posó en ella. Miré hacia el otro lado. Una mariquita se escondía entre la hierba. Puse mi dedo y subió en él. La observé durante un rato y, después, alcé mi dedo meñique para que volara. Volví a tumbarme en la hierba. Un par de pajarillos, iban hacia un árbol que estaba a unos pocos metros. Dirigí mi mirada al cielo. En un primer momento, los rayos de Sol, cegaron, pero luego, jugué a pensar qué podían ser las nubes por las formas tan bonitas que hacían. Un castillo encantado, una rosa roja, un conejito y hasta un elefante. 
Volví a cerrar los ojos. Me encantaba. Esto, sólo tenía un nombre: Privamera

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